(Matar) en el nombre del padre

Por Hernán O. Gálvez
hgalvez@me.com

Hernan-Galvez-01Es inútil analizar en base a la lógica la matanza de doce franceses el pasado 7 de enero, diez de ellos empleados del magacín Charlie Hebdo. El fanatismo no se basa en ideas: se excusa en ellas. “Causas” como ésta -matar en el nombre de (Mohammed, Jesús, Buda, etc.)- no son más que el resultado de un extremismo ciego y obcecado. No puedes convencer a un fanático de su “error” porque tal error es inexistente en su cuadriculada mente o, en el mejor de los casos, subjetivo. Dentro de sus parámetros de acción todo es excusable en favor de la “causa”. ¿Estamos fritos, entonces? ¿Debemos
atenernos a las consecuencias si volvemos a “ofender” tal o cual creencia? ¿Esperamos calladitos la venganza divina en manos de cruzados o yihadistas?

Por supuesto que no. Y la solución no está en satanizar ni menos prohibir ideologías ni doctrinas; somos libres de votar por un mono o adorar una vaca si queremos. Pero ese libre albedrío no nos exonera de actuar bajo la ley. Y la ley debe ser la misma para todos: tengas barba, sotana, turbante o antenas.

He visto con vergüenza ajena debates tipo: “¿Los estados islámicos hacen lo suficiente para detener a los extremistas?” (titular en CNN, 13 de enero). Les preguntaría a sus sesudos editorialistas qué hacen o hicieron los estados cristianos y seculares para detener las cruzadas o la santa inquisición, por ejemplo. Nada, pues, genios. No es deber absoluto de un estado, islámico o no, el “controlar” a sus ovejas negras.

La gran mayoría de musulmanes repudian estos actos terroristas. No se debe particularizar las culpas cayendo en el facilismo del estereotipo nacionalista-religioso. Aquí la única solución es regular lo que nos divide –religión, política, pensamiento- con lo único que si bien no nos une, al menos nos equipara: la ley.

La ley regula sobre hechos y acciones, advirtiendo una consecuencia. Hace falta una iniciativa jurídica global que sancione con mayor rigor el terrorismo internacional. No defiendo la insolencia –las portadas de Charlie Hebdo eran por demás ofensivas, vulgares y hasta infantiles- pero no por eso vas a solucionar tus diferencias con sangre. La libertad de expresión es el mejor canal para exigir e imponer respeto. Actos como el del 7 de enero sólo exponen esta intolerancia salvaje que grupos como Al Qaeda disfrazan con el turbante oscuro del fundamentalismo religioso.

Me parece perfecto que líderes mundiales –aunque con la vergonzosa ausencia del presidente o algún representante importante de Estados Unidos- hayan marchado en Francia como protesta al ataque a Charlie Hebdo. Pero ¿alguien ha dicho esta boca es mía sobre la brutal masacre de más de dos mil nigerianos por parte del grupo terrorista islámico Boko Haram? Esto ocurrió el pasado 15 de enero, sólo unos días después. Sí, dos mil. Un muerto tiene el mismo valor que un millón, pero una manifestación pública de tal magnitud debió tratar igualitariamente (en sentido mediático y efectista) toda tragedia reciente para concientizar mejor a la opinión pública. El mensaje debe ser claro: la lucha contra el terrorismo internacional es un esfuerzo global, sin omisión por raza, pensamiento o religión.

Es urgente que los jerarcas de todo el mundo –no sólo de las llamadas “potencias”- unifiquen criterios y bosquejen una estructura jurídica sólida que apoye labores conjuntas de inteligencia. El subdesarrollo, lamentablemente, también es aliado de la rebelión. No se combate ideologías equivocadas sólo con balas. Debe darse mayor apoyo a la educación y castigar con firmeza a quienes continúen causando el terror escondidos tras las faldas de sus “causas”.

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