Esta izquierda, no. Esta Fujimori, sí

Por Hernán Gálvez

hernygalvez@gmail.com

 

“Vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse.” –Nicolás Maquiavelo

La teoría del “mal menor” existe desde que el mundo es mundo, en todos los campos: el sentimental, filosófico, laboral y, cómo no, el político. Uno de sus defensores más populares fue el escritor, pensador y filósofo francés Jean Paul Sartre. Según esta teoría, aun cuando nos encontramos en una encrucijada aparentemente sin salida, siempre existe la posibilidad de elegir lo “menos malo”, el camino que generaría la menor cantidad de daños colaterales entre dos opciones intrínsecamente indeseadas.

 

En Perú, luego de una primera vuelta electoral de infarto –y a raíz del polémico endose de nuestro Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa a uno de los candidatos- enfrentamos una situación política que polariza al país y revive la hipótesis del genio Sartre.

Los dos finalistas que sortearán este 6 de junio el ballotage son Pedro Castillo, radical de izquierda, y nada menos que Keiko Fujimori, hija de Alberto Fujimori, ex dictador peruano hoy preso por corrupción y delitos de lesa humanidad.

Sorpresivamente, nuestro premio Nobel pronunció a favor de la candidatura de Fujimori, otrora blanco de sus críticas más furibundas (cuando en el 2011 se definió la segunda vuelta entre Keiko y el izquierdista Ollanta Humala, Vargas Llosa, en estocada retórica, definió esa elección como escoger entre el cáncer y el sida). Recordemos que hace 30 años, el mismo Vargas Llosa perdió la oportunidad de gobernarnos al perder la elección contra Alberto Fujimori.

Apelando a la teoría del mal menor, el escritor opina ahora que una victoria de Castillo sería fatal para el destino democrático y económico del país. Muchos de sus seguidores, acérrimos anti fujimoristas, no sólo quedaron sorprendidos sino decepcionados.

Definirme como simple fanático de Vargas llosa sería hasta desdeñoso: lloré cuando recibió el premio Nobel, con eso les digo todo. Lo admiro no sólo por ser un novelista genial, sino por su integridad incluso –o sobre todo- cuando cambia de opinión. Es uno de esos intelectuales adelantados a su época.

Por eso discrepar –parcialmente- con él me parece poco menos que un pecado. Pero Maquiavelo (otro de mis ídolos) dixit: “Hay tres clases de cerebros: el primero discierne por sí, el segundo entiende lo que los otros disciernen y el tercero no entiende ni discierne lo que los otros disciernen. El primero es excelente, el segundo bueno y el tercero inútil.” Say no more.

 

Cuando el mal puede ser mayor

Nunca he estado convencido que, enfrentado a dos opciones visceralmente adversas, el ser humano tenga que sentirse obligado a optar por una en desmedro de la otra en pos de un tan sublime como etéreo “bien común”. Me parece en cierto modo un recorte a tu libertad.

Pero por supuesto que cada situación es distinta: no es lo mismo, por ejemplo, tener que elegir a una pareja para no sucumbir al mundanamente estigmatizado “quedarse solo(a)”, a escoger a un presidente, acto que afecta no sólo nuestro destino inmediato sino el de toda una población. Dicho esto, encuentro lógica en la conclusión del escritor de confiar en quien representa el peligro menor, ya que apelar al voto en blanco o viciado sólo obligaría a repetir las elecciones, mas no las anula.

Ergo, estoy de acuerdo con Vargas Llosa pero por motivos ligeramente distintos: mi problema con Pedro Castillo no es su radicalismo -él puede ser todo lo izquierdista que quiera, la izquierda ilustrada hizo maravillas en Uruguay con Mujica- sino su ignorancia, su torpeza. El tirano dominicano Rafael Trujillo decía que entre un traidor y un idiota, prefería al traidor: es menos peligroso. Totalmente de acuerdo.

No es que Keiko sea una lumbrera, pero al lado de Castillo podría apellidarse Thatcher. Los dos no han administrado ni una gasolinera en sus vidas, pero a pesar de las limitaciones gerenciales de Fujimori, el equipo que la rodea es inmensamente más capaz que el de Castillo: casi todos los filocomunistas son especialistas en decirte qué anda mal, pero no cómo remediarlo.

Ambos tendrían los ojos de la comunidad internacional encima, aparte de los filtros internos –las elecciones también arrojaron un congreso dividido donde ningún partido tendrá mayoría. Sin embargo, los regímenes comunistas en la región tienden a formar metástasis: ya Evo Morales y Nicolás Maduro dieron su “visto bueno” a la candidatura de Castillo.

A Fujimori padre se le criticaba su pobre manejo del castellano. Bueno, él creció con el japonés como primer idioma y su carrera en ingeniería agrónoma no necesariamente requería una oratoria prístina; se le agradece al menos hacerse entender. Castillo suelta unos dislates semánticos como “estamos a favor de la corrupción” (sic) cuando quizás lo que trató de decir es que está en contra de la corrupción o a favor de la lucha contra la corrupción. Puede parecer una nimiedad, pero es de profesión… profesor.

En el primer debate presidencial –donde además hizo gala de un machismo preocupante fijando no sólo el lugar, sino la fecha y la hora- siguió con estos oxímoros inquietantes: “la pandemia no es un problema sanitario (…) Es coyuntural” (¿?) Además, prometió 20 millones de vacunas para agosto. Pero claro, no dijo cómo las conseguiría.

Otra perlita más, demagogia propia comunistoide: prometió jubilación pensionada ya no a los 65 años, sino a los 60. O sea, crear más gasto público e inutilizar a adultos aún en capacidad de trabajar. El propio Hernando de Soto, candidato que quedó en cuarto lugar, tiene 79 años. Vargas Llosa, con una lucidez que ya desearía cualquier treintañero, va por los 85. Y si vemos el plano local, nuestro recién elegido presidente Joe Biden, tiene 78.

Así las cosas, nuestro voto debe ir para Keiko Fujimori. No es un voto por la candidata, sino por lo que representa. En este caso no se trata de optar por el mal menor sino, simplemente, evitar el mal.

 

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