Por Sergio Morales
En el primer día de clases de toda mi vida me quedé profundamente dormido y aunque fue en mi etapa preescolar durante años pensé que esa acción afectaría de manera muy considerable mi carrera laboral pues nadie contrata a una persona para que se duerma en el trabajo (No sé porqué me acordé de senadores y diputados). El punto es que me dormí pero no fue porque no me pareciera interesante la escuela sino porque no recuerdo que alguien me informara que iba a una. Soy el menor de tres hijos, mis padres estaban trabajando todo el tiempo así que un día como cualquier otro mi mamá me arregló, me puso en un pequeño Tupper mi comida favorita (elote con mantequilla sal y pimienta) y me llevó a un lugar en donde estaban muchos otros niños de mi colonia ahí me llevó hasta una señora (después supe que era una maestra) me tomó de la mano, me metió a un cuarto en donde había todavía más niños y cerraron la puerta detrás de mí.
Varios de esos niños estaban como locos y gritaban corriendo de un lado a otro. Pensé que había algún tipo de competencia o de esos juegos que ponen en las fiestas de cumpleaños y que seguramente esos chicos eran los ganadores pero al parecer no había competencia de ningún tipo. Entonces busqué la televisión algo debían estar pasando en la tele para que todos estuvieran tan contentos y si encontré una en un costado del salón pero estaba apagada por lo que estaba muy confundido respectó a la energía de todos esos chicos. Era un poco aterrador y confuso al mismo tiempo.
Enfrente de mi estaban tres niñas sentadas en una mesa circular las tres estaban comiéndose su lonche de manera muy singular y las tres como toda niña decente de la zona llevaban tacos de lonche. Cada una, no sé si de manera intencional, pero de forma muy organizada le daba una mordida al taco y empezaba a llorar con la boca abierta. Una detrás de la otra, mordida a mordida, hacía el mismo procedimiento. No soy del tipo asqueroso pero no me gustó la forma en que los pedazos de comida salían de sus bocas así que decidí que era tiempo de moverme del lugar y me fui al fondo del salón en donde estaba otro pizarrón igual al que estaba enfrente solo que este no tenía escrito nada ni tampoco tenía gises ni borradores. Recuerdo haber empezado a cuestionarme el porqué de ese pizarrón pero un niño con las manos llenas de pegamento apareció de la nada amenazándome con manchar mi ropa. No supe que hacer ni que decir de hecho me quedé congelado porque si algo le molestaba a mi madre era que ensuciara la ropa y esa que traía puesta era de la nuevas. Afortunadamente pasaron por ahí los chicos que según yo estaban en el concurso y el niño de las manos de pegamento se fue corriendo tras de ellos.
Todo era energía y entusiasmo en el salón quizás por eso me llamó la atención un niño de aspecto robusto que estaba muy entretenido sentado en su pupitre al parecer haciendo un dibujo o algo así. Me pareció, dentro de todo el manicomio que era ese salón, que ese lugar era al parecer un poco más apacible y que estaría bien para mí así que me senté en el pupitre de a un lado.
-Hola- le dije al niño.
El chico dejó de pintar por un segundo y sin voltearme a ver ni mover nada más que sus ojos me respondió –Hola.
Trate de llevar la conversación al siguiente nivel pues realmente me interesaba establecer algún lazo de amistad con ese chico y para hacerlo me asomé un poco para ver lo que estaba dibujando. Lo recuerdo perfectamente eran dos zanahorias, un elote y un conejo con la particularidad que el elote estaba pintado de color azul lo que desde mi punto de vista era un error.
-Oye amigo- le dije- el elote no es de color azul como tú lo pintaste sino amarillo.
El chico voltea a verme y dice -el elote es azul.
-No, te lo juro, sé de lo que te hablo y el elote es amarillo- le dije.
-El elote es azul- me vuelve a decir el chico y por mi intención de mostrarle un poco del elote que yo llevaba en mi tupper no noté que el chico al verme tenía los ojos llorosos y que apretaba sus enormes puños.
-Mira aquí traigo un poco de elote y es de color amarillo- le dije mientras abría la tapa de mi lonche.
-¡El elote es azul!- gritó el niño con todas sus fuerzas al tiempo que de un buen golpe mi tupper salía volando por los aires.
Al verlo tan enojado parado frente a mí me di cuenta que era casi el doble de mi tamaño no de alto pero si de ancho y por una extraña y estúpida razón que todavía no comprendo ya que escapa a toda lógica…no tuve miedo, así que acudí con toda valentía y nobleza a defender mi postura.
-No importa que hayas tirado mi comida ¡EL ELOTE ES AMARILLO!- le dije.
Lo último que recuerdo es el enorme puño del chico muy cerca de mi nariz. Desperté junto a las tres niñas que se estaban comiendo sus tacos cuando llegué. Ya no había tacos y ninguna de ellas lloraba. Mi madre estaba parada junto a mí y me decía que era hora de irnos. La maestra le dijo a mi madre que me la había pasado llorando toda la mañana hasta que me había quedado profundamente dormido.
bigsergio04mex@hotmail.com
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