Sé lo que no hiciste el verano pasado…

Por: Hernán Gálvez Villavicencio

Si nos preguntan qué hicimos el 12 de Enero del año pasado, o el 15 de Abril de hace una década (o, como es mi caso, incluso lo que hice ayer), es casi imposible que recordemos con detalles nuestro itinerario. Casi imposible. Lo que sí es categóricamente imposible es no recodar lo que no hicimos.

Si sabes que no robaste, pues no robaste. No se trata que no recuerdes si robaste en tal o cual fecha. Si sabes que no robaste pues no robaste y no necesitas dar mayores explicaciones. Si sabes que no te reuniste con tal persona, pues no te reuniste, sin tampoco tener que ofrecer detalles. Tener claro lo que no hicimos no es cuestión de memoria sino de sentido común.

El todavía presidente peruano Pedro Pablo Kuczynski –todavía, a estas alturas cualquier cosa puede pasar- nunca supo si su empresa unipersonal Westfield Capital contrató o no con la constructora brasileña Odebrecht mientras él era ministro. El presidente juró que delegó toda responsabilidad gerencial a su socio Sepúlveda. Y el congreso peruano lo perdonó en el proceso de vacancia que afrontó hace pocos días. No sólo eso. Cuando el escándalo de los sobornos de Odebrecht salpicó a su otrora jefe Alejandro Toledo, presidente cuando Kuczynski fue dos veces ministro, tampoco se le ocurrió preguntarle a Sepúlveda si por si acaso los brasileños habían metido mano en su empresa. Creyéndole o no, la cosa es que el congreso lo perdonó.

No sólo, según él, no se le ocurrió preguntarle a Sepúlveda si su empresa tuvo algo que ver con Odebrecht, sino que se atrevió a emplazar públicamente a Toledo a entregarse a la justicia por los $20 millones que supuestamente recibió por los contratos. Toledo se ha declarado inocente –así como afirmaba sin mover una pestaña que Zarahí no era su hija, así que obvio comentarios- y tiene como conmovedora defensora a su propia esposa y probable cómplice, Eliane Karp de Toledo. Karp escribió un críptico tuit contra Kuczynski poco después que éste criticara a Toledo, parafraseando a una película gringa: “No me hagas hablar, I know what you did last time”. Aparte de los escalofríos propios por haber tenido aparentemente como autoridades a mafiosos que se envían mensajes subliminales, sentí que probablemente la edad o la excesiva confianza terminarían jodiendo a PPK. Lamentablemente para mi país, no me equivoqué.

 

Érase una vez un indulto…

El presidente se salvó de ser vacado no sólo por la conciencia de algunos congresistas opositores, sino producto de sus propias mañas. Hizo lo que sabe hacer: negociar. Pero negoció mal. Y negoció mal porque negoció como jefe de empresa: de manera unipersonal, como sociedad anónima cerrada. No negoció como político. Yo “aposté” con mi jefe (y lamentablemente aposté como periodista, o sea sin plata) que Kuczynski no sería vacado por la sencilla razón que Keiko Fujimori aún tiene esperanzas electorales y si se traía abajo el orden constitucional, tarde o temprano la gente le pasaría la factura y minimizaría sus opciones de tentar la presidencia por tercera vez. Pero había que ser bastante ingenuo para creer que Kuczynski se conformaría con confiar en la conciencia de algunos disidentes fujimoristas y de otras bancadas. Un hombre de negocios asegura de cualquier modo el triunfo de su empresa. Y así fue.

Torpemente, el presidente utilizó el tema del indulto. Ofreció a Kenji Fujimori liberar a su padre a cambio de votos en contra de su vacancia. Torpe, sin tacto político. Es como si aún no se enterara que es presidente de un país y no de un directorio. La política es tan parecida al periodismo, al fútbol: aprendes jugando, no sólo mirando. Y si no sabes jugarla, rodéate de los que sí. Como hizo el mismísimo Fujimori. Rodéate de buenos pero sobre todo de malos. Habla, pero sobre todo escucha. Kuczynski no sabe escuchar, sólo decidir (unilateralmente). Y la cagó. Ni su vicepresidente sabía que venía el indulto. Tenía ya a la izquierda más o menos domada con lo único que puede unir al agua y al aceite (ergo: liberales y rojos) en el Perú: el anti fujimorismo. Y se le ocurre liberar a Fujimori tres días después de haberse salvado de la vacancia, el mismo día de Navidad. Negligentemente torpe.

Libertad por estabilidad

Quienes me siguen saben, desde mis épocas de El Hispano en Wisconsin y mis trabajos en distintos medios que no tengo dudas sobre la culpabilidad de Fujimori en la mayoría de los delitos por los que está preso. La mayoría menos uno: el de la autoría mediata. No quedó claro durante el juicio –debemos entender que se decide en base a lo presentado en el juicio, no en la prensa- que él necesariamente haya sabido ni menos ordenado esas ejecuciones (casos La Cantuta y Barrios Altos). ¿Por qué es importante? Porque es por ese sambenito que la caviarada siempre se ha opuesto al indulto, por ser crímenes de lesa humanidad. En un sistema judicial tan informal y desorganizado como el peruano, este acápite en su sentencia puede ser interpretado de distintas maneras dependiendo del analista. Pero en lo que sí coincidimos todos es que el indulto humanitario sigue siendo potestad exclusiva del presidente. Y, siendo todo lo culpable que es pero en aras de la estabilidad y real reconciliación nacional, siempre estuve a favor de indultarlo. Pero no así.

Este indulto está manchado por donde se le mire. Esas lágrimas de Kenji (qué inocente eres Juan Sheput) al final de la votación no fueron porque “nacía un nuevo líder político”, sino porque ¡bingo!, su parte del acuerdo estaba cumplida. Sólo faltaba el anuncio. Y el presidente, como buen hombre de negocios, también cumplió.

¿Qué viene ahora? Un Fujimorismo Keikista mudo que no sabe si celebrar o hacer dieta de palabras porque ahora, más que nunca, se notará que su lideresa es Keiko, no Alberto. El embrión del “kenjismo” (invento genial de Montesinos hasta donde le sirvió) hoy oficializa su aborto porque papá ya está libre y allá los ilusos que piensan que se quedará quieto. Ya renunciaron dos de la bancada oficialista pero eso es algo que Kuczynski, como en sus empresas, tenía como potential loss: los suplirá con todos o algunos de los diez Kenji boys que votaron a su favor. Por ahí realmente no está el problema. Lo grave es que con esta jugada no sólo se echa encima a la izquierda siempre rabiosa, sino que le da un poco de legitimidad a su clásico “se los dije” para provocar esa sensación de hastío contra establishment derechista y aparecer, de nuevo, como una posible alternativa electoral. Y la izquierda siempre pare humaladas, por no decir huevadas.

Olvídense de un nuevo gabinete capaz o tecnócrata, porque ahora sí, si algo de sentido de supervivencia tiene, el presidente tendrá que reclutar a los políticos más sapos que existan, aparte de sus kamikazes internos como Sheput y Bruce. Gracias a su poco tino, lo que habría sido la gran oportunidad de madurez  y reordenamiento político –el indulto- se ha convertido para el presidente en una bomba de tiempo. Y lo fregado es que tiempo, al menos en el papel, le queda y demasiado: tres años y medio.

 

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