Por: Hernán Gálvez Villavicencio
No entiendo, en serio, el porqué de tanta sorpresa y debate: el presidente empresario –durante un break de sus tan alturadas peleas tuiteras (le dijo loco y enano al loco y enano de Kim Jong-un)-, recordó que ya es hora de devolver favores y presentó un paquete de recortes tributarios al congreso. La ley ya fue aprobada por la Cámara de Representantes y está esperando ratificación del Senado.
Para no aburrirlos con numeritos innecesarios –innecesarios porque todos sabíamos que se elegía a un miembro de directorio, no a un presidente- se trata simplemente de más de lo mismo: rebajar impuestos a los que hacen más dinero bajo el supuesto negado de que ese incremento en sus ganancias los forzará, como por arte de magia, a crear más empleos y/o mejorar los ya existentes “para beneficio de los que ganan menos.” Cualquier curso básico de economía y real politik destroza ese argumento en dos segundos pero, ¿de cuándo acá al electorado le preocupan las razones cuando vota? Es la misma vaina que hizo Bush hijo y que se repetirá por los siglos de los siglos mientras se continúe con este sistema electoral bi-partidario, anacrónico y obscenamente mercantilista.
Las señales estaban ahí. No es que no queríamos verlas sino que no nos importó. Perlitas simples pero significativas: la esposa no quería vivir en la Casa Blanca sino en el edificio Trump, generando $20 millones anuales en gastos extras -lo cual en mi país o en el tuyo habría producido tal escándalo que tendrían que haber pedido perdón de rodillas- pero aquí, fuera de un par de artículos periodísticos timidones, no pasó nada. ¿Y qué me dicen de la perorata de Gary Cohn, principal consejero económico de Trump, para tirarse abajo el impuesto estatal? Como siempre, cual encantador de serpientes apela falsamente a tanto la ignorancia como la necedad de la gente: “esto beneficiará a millones de americanos”. ¿Millones? Los voy a iluminar, Trump Lovers: no más de 12,000 propiedades están sujetas al “temido” impuesto estatal este año. Pequeñas y medianas empresas, agricultores, ganaderos, etc., toda la vida han estado protegidos por el sistema tributario. Sus contribuciones son irrisorias en comparación a lo que tienen que pagar los ricos. Mencionemos el tan publicitado impuesto a la herencia: ¿quién lo paga? Si eres independiente, tendrías que heredar $5.49 millones, ó $10.48 millones para parejas. Claro, el americano común y corriente, ¿no ven que todos hacemos ese dinero? Lo peor es que los datos están y siempre han estado ahí, pero existen votantes que igual se tragan voluntariamente estas estupideces.
Lo más ¿gracioso? es que todas estas reformas que “cambiarán el rumbo del país” provienen de un tipo que hasta ahora (y ya va un año en el cargo) no presenta sus registros tributarios actualizados, estafó confesamente al fisco no pagando impuestos federales por años, y quebró cuatro empresas. ¿Dónde está mi Hepabionta?…
Cosas del Orinoco
Hablando de doble moral, aquí en Ohio el legislador republicano de 33 años Wesley Goodman –que ya aburría con sus insufribles prédicas moralistas sobre la fidelidad, buenas costumbres y contra la unión homosexual- acaba de renunciar a su cargo por acosar a una oficinista. ¡Ah!, y es casado. ¡Ah!, y también se descubrió que tenía una (otra) doble vida gay. De nuevo: esas cosas no deberían sorprendernos, así que mi comentario no repetirá el mismo error de Goodman –manifiéstate por tus actos y no diciéndole a la gente cómo debe vivir su vida. Mi fastidio recae de nuevo en los votantes. ¿Cuánta de nuestra confianza ponemos en la capacidad profesional de un político, en vez de fijarnos en discursitos cursis, que al final no son más que burbujas subjetivas? Si a un periodista curioso sólo le tomó unas horas descubrir que Goodman (“Hombre bueno” en inglés, encima) ya había tenido un problema en el 2015 por tocar a un estudiante universitario de 18 años, ¿sería mucho esfuerzo que nos informemos un poco mejor antes de darle un cargo político a cualquier hijo del vecino?
Claro que el sistema se presta para estas cosas: imagínense, si ni siquiera el propio presidente está legalmente obligado a presentar su declaración tributaria… Es imposible saber lo que pasa en la mente de una persona (a excepción del presidente, de nuevo, ya que su misoginia, tendencia autoritaria y racismo fueron expuestos ampliamente durante la campaña y aun así lo eligieron) pero no es tan complicado hacer nuestra tarea e informarnos más sobre los antecedentes de un candidato. O pedir que la publicación de datos criminales y fiscales sea obligatoria, no voluntaria. Aunque claro, para eso el votante tendría que tener cultura electoral, ergo: interés. Pero aquí sólo se acuerdan de la política cada 4 años y para el selfie feisbuqueano respectivo. Cosas del Orinoco…
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