Por Hernán Gálvez Villavicencio
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Porque votaré sin convicción. Me siento como cuando era jovencito y peleaba con mi papá pero, poniendo mi adolescente orgullo de lado– y porque la novia de turno no entendía de centralismos democráticos- igual recibía indignadísimo el dinero de la propina semanal para irme de fiesta.
Centralismo democrático… Me topé por primera vez con ese término cuando leí Conversación en la Catedral de Vargas Llosa. Para no aburrirlos con definiciones soporíferas, en buen romance significa realizar algo no tanto por convicción personal sino en aras de un bien común. En política, actúas en congruencia con la opción acordada por tu grupo.
Es lo que me pasa ahora. No votaré por Hillary Clinton, sino por el Partido Demócrata. Mi candidato era Sanders. Mi anti-candidata era Clinton. Simpatizaba –abochornado, pero hoy convencido de que es hora de un cambio- con Jeff Bush, cuyo único defecto era ser republicano y hermano de su hermano.
Pero no sólo el sentido común, sino mi estómago, me prohíben otra alternativa. Un mono borracho tiene más lucidez que Donald Trump. Así que no perderé el tiempo convenciéndolos de algo que debería ser ya dogma de fe: “Presidente” y “Trump” no pueden ir juntos en una oración. Punto.
Pero algo de aquel jovencito idealista me debe quedar. El cambio nace del inconformismo. Y no estoy conforme con este sistema bipartidista absurdo y antidemocrático. Sí, an-ti-de-mo-crá-ti-co, aunque suene cacofónico en este país dizque “libre”.
Porque mi simpatía electoral, como quien no quiere la cosa, acogió de a pocos a uno de los “enanos”, a los apestados que nadie hace caso elección tras elección: Gary Johnson, un decepcionado del establishment como muchos, con demostrada capacidad administrativa a quien ni siquiera dejaron debatir.
Entonces siempre nos encontramos con que o votamos, con suerte, por nuestro nominado dentro del partido, o por su versión light en el bando contrario. En mi caso era Sanders o, mal menor, el bisoño de los Bush si la contienda era Hillary-Jeff.
El anti-voto y el voto escondido
Es muy probable que Trump sea nuestro presidente. Así como lo lees. No te escandalices y tranquilito o tranquilita nomás, que al final tu vida mucho no va a cambiar. La mayoría de encuestas le da en promedio un %4 de “ventaja” a Clinton (debajo aún del %5 de margen de error estadístico). En otro contexto esa es una ventaja considerable. En este, es una suma que resta.
Te lo dibujo: a Trump sólo falta que le digan que violó a su madre, hace orgías con perros o que tiene el 666 en la cabeza. Luego del “escándalo” sobre su audio misógino –apuro garrafal de los propagandistas de Clinton: debieron sacarlo luego del tercer debate, el “electarado” olvida pronto- la cosa ha vuelto a la “normalidad.” Este es un país, te guste o no, con niveles aún altos de racismo y machismo. En cualquier otra circunstancia, una bomba así contra cualquier candidato lo habría sepultado. Aquí la bulla fue sólo mediática; no hay consecuencia real en las encuestas. Despierten: su favoritismo no es gratuito ni casual.
Si Trump está donde está es porque tú lo pusiste ahí. Sí, tú, así me digas que no votarás por él o que siempre votaste por demócratas. Mi voto también ha sido partidista y ahora dudo que esa sea una buena opción. No confío en Clinton pero es más fácil que los Browns lleguen al Super Bowl antes que Johnson o cualquiera de los otros enanos salga presidente. Pestilente real politik. Hemos sido cómplices de este sistema sea por acción o inacción.
Ese tibio %4 de ventaja no comprende el anti-voto. Existe un alto porcentaje de estadounidenses que no está preparado para tener una mujer al mando. Sería un extraordinario triunfo para las minorías visto sociológicamente –primera mujer presidente sucediendo al primer presidente negro- pero altamente improbable en una sociedad aún partida como la gringa. Está también el fenómeno del voto escondido: muchos optan por ocultarse entre los “indecisos” en una encuesta por no fijar su opción abiertamente. La política es el arte de las mentiras bien maquilladas. Ese %4 no garantiza nada.
Decía que al final pase lo que pase mucho no va a cambiar la cosa. Los ricos se hicieron más ricos con burros o elefantes como insignia. La clase media, tan necesaria para este sistema welfare (vales para comida, programas de vivienda gratuita o a bajo costo, seguro de desempleo, seguro médico gratuito, etc.) sigue y seguirá existiendo sin cambiar de tamaño. La victoria partidista es una victoria pírrica porque luego de cada elección nos olvidamos de la política por cuatro años. Aunque esta vez he prometido no dejarme enamorar por la propina del Tío Sam para seguir viviendo como robotito un sueño americano prestado. Es hora de una tercera opción. O cuarta o quinta. Verdadera democracia, que le dicen.
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