El Garage sale no es un pecado

Garage-Sale

Sergio Morales
Hay solo dos espíritus que me gustaría ver y hablar con ellos. El de mi madre y el de mi padre. De hecho hubo un tiempo en el que busqué verlos a ambos pero nunca vinieron a mí. La mayoría de los seres humanos hemos perdido algún familiar, amigo, o ser querido. Dicen que es normal que tengamos un afán por “volver a verlos” y que también es muy común que los recordemos en los sitios en donde solíamos pasar tiempo con ellos. Pero ojo, cuando el 90% de los objetos con los que vives te recuerdan a tu ser querido, tu recuerdo puede convertirse en una obsesión sino enfermiza, al menos poco saludable.
Es una muestra de nobleza recordar con cariño a quienes hicieron algo por nosotros o a quienes simplemente amamos o nos amaron. Me parece lo más digno y bello tratar de agradarles aún y cuando ya no están con nosotros. Nuestro recuerdo es una muestra de agradecimiento y respeto.
Pero amigos por dios, también hay que ser objetivos, prácticos y sobre todo sinceros.
Yo tenía una cafetera que mi madre compró en una tienda de segunda en Eagle Pass Texas por allá de 1994. Era una cafetera de 1980 en muy buenas condiciones salvo una pequeña quebradita en el frente. En esa cafetera mi madre y mi padre se preparaban diariamente sus cafés matinales y todo el tiempo que probaban el delicioso café hacían alusión a lo barato y rendidor que había salido ese singular artefacto a tan bajo precio.
Yo no tomo café, no me gusta. Nunca lo he acostumbrado y a mis casi 40 yo creo que ya no lo acostumbraré.
Mi madre murió en el 2004 y mi padre en el 2006 y me heredaron la gloriosa cafetera. Obviamente no la incluyeron en el testamento pero como ninguno de mis hermanos se la llevó pues la cafetera pasó a ser mía con todo y su quebradita de enfrente.
Pasado un buen tiempo, ahora en pleno 2013, la situación económica que atraviesa el país es complicada y digo solo complicada por no decir que estamos del cárajo. El gobierno mexicano se la pasa hablando maravillas de la macroeconomía del país pero todos sus supuestos grandes logros internacionales a nivel país se los tapamos con las carencias de la microeconomía y la enorme realidad del pueblo mexicano en su individualidad.
El punto aquí es que decido hacer una venta de garaje o Garage Sale como se dice en los Estados Unidos. Pero acá en México, para la raza, una venta de garaje no es otra cosa que “poner la pulgita” afuera de la casa.
Una de mis primeras clientas fue doña Irma (íntima amiga de mis fallecidos padres) quien con lágrimas en los ojos me pedía desconsolada que por lo que más quisiera en la vida no vendiera la maravillosa cafetera que mis padres con sus manos habían tocado.
-Ahí están sus manos- me decía llorando Doña Irma.
No me malinterpreten, mi padre y mi madre fueron las dos personas que más amé en la vida.
Pero doña Irma insistía en convertir a una horrible cafetera de los ochentas (con una quebradita en el frente) en un objeto casi tan valioso como el manto de Juan Diego para los católicos.
-Es que yo no tomo café doña Irma- le dije tratando de calmarla.
-Pero ahí están las manos de tu madre- insiste mientras llora a grito abierto cual magdalena por la calle.
¿Por qué las personas andan por ahí tan singularmente por el mundo afirmando cosas tan a la ligera?
Es decir, yo viví con mis padres. Los conocí perfectamente. Amanecí, conviví y dormí con ellos muchos años. Puedo intuir lo que pensarían y puedo asegurar que no sería para nada lo que doña Irma dice.
Si mi madre o mi padre vivieran jamás me dirían “hijo que bueno que conservaste nuestra antigua cafetera como homenaje a nosotros, te queremos por tu amor y bondad”
¡¡¡Claro que no!!!
Mi madre diría… “hijo, me morí en el 2004 y tu padre en el 2006, estamos en el 2013 y ¿Aún tienes la misma cafetera, con la quebradita en el frente, que compramos en la pulga de Eagle Pass?
Hijo, eres el perdedor más grande que pudimos tener y criar. Que a estas alturas del 2013 sigas con una cafetera de los 80´s es definitivamente un fracaso y tu fracaso como hijo es mi fracaso como padre.
¿Quieres explicarme de qué demonios valieron todos mis desvelos y las friegas que se llevó tu padre para darte educación? ¿Para qué demonios crees que nos esforzamos tanto?
Pues para que tuvieras una vida mejor imbécil. Yo no quiero que conserves la patética cafetera. Quiero que gracias a la educación que yo te brindé te compres la cafetera más moderna y equipada del 2013 y que la horrible cafetera de 1980, con una quebradita en el frente, comprada en la pulga de Eagle Pass la botes de inmediato a la maldita basura. Si no te gusta el café, que se que no te gusta, cómprate una chocolatera o un moderno extractor de jugos. No sé lo que tú quieras, yo solo quiero que avances. Que te superes. No quiero que conserves todas esas cosas que ya ni siquiera se usan. ¡MODERNIZATE HIJO! Hazme sentir orgullosa”
Eso es lo que diría mi madre.
Y mi padre como siempre, diría “tu madre tiene razón, hazle caso”
Para ser sinceros, mi madre omitiría las malas palabras pero el mensaje sería el mismo.
Nadie puede asegurarnos que nuestros seres queridos ya fallecidos están ahí para cuidarnos y protegernos como lo hicieron todo el tiempo que estuvieron con nosotros. Nadie puede asegurarnos que existe un cielo o un infierno y que ellos están ahí. Nadie puede decirnos lo que hay después de la muerte.
Lo único que tenemos realmente es su legado. En nuestra mente y en nuestro corazón están sus enseñanzas, sus ejemplos, sus concejos. No en una cafetera, un collar, una casa, un auto o cualquier otro objeto material.
Tengo que decirles que en cuanto se fue doña Irma vendí la cafetera en tan solo $100 pesos. Lo que no estuvo tan mal porque además de que ocupaba demasiado espacio y que no la usaba en lo absoluto, con ese dinero pude pagar otras pequeñas deudas. Cuando regresó me dijo que era más ingrato y malo que Caín y Judas juntos. Afirmó que por acciones como esa me estaba condenando al más cruel de los infiernos y que seguramente mi madre volvería en la noche para “jalarme las patas” (así dijo).
Doña Irma se fue de mi casa refunfuñando y hablando entre dientes cosas acerca de la ingratitud de los hijos.
La mejor forma de brindarles respeto y honor a nuestros seres queridos ya fallecidos es actuando de la manera en la que a ellos les gustaría que actuáramos. No es necesario conservar las pertenencias de ellos, ya no las necesitan porque ya no están aquí. Y puede que nosotros las necesitemos pero también puede que no y el deshacernos de esas pertenencias no significa o más bien no implica que dejaremos de recordarlos con todo nuestro cariño y todo nuestro amor.
Ellos vivirán por siempre en el corazón de todos los que los amamos.

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