Emergencia: we need (a new) president

Por Hernán Gálvez

Mitad de camino: en sólo dos años tenemos nuevamente elecciones presidenciales. No veo la cosa con agrado; no deseo que se reelija, pero tampoco así: Trump no da la talla como estadista, es altamente posible que no sea relecto, pero el precio a pagar puede ser alto. Cuando los presidentes-candidatos caen en las encuestas, empiezan a entrar en trompo y no sólo dicen (bueno fuera) sino hacen bestialidades. Despilfarrar el erario y/o invadir países, por ejemplo. 

Desde 1900, sólo 4 veces en la historia electoral ha ocurrido que un presidente no repita el plato (Hoover, 1932; Ford, 1976; Carter, 1980; Bush –padre-, 1992). Lo que me preocupa en este caso, sin embargo, es justamente la impopularidad de Trump: su desesperación puede llevarlo no sólo a malgastar nuestros impuestos en caprichos como el muro con México (al final, una metida de pata así sólo cuesta dinero) sino negligencias potencialmente sangrientas como provocar una guerra o inventarse una invasión. La ONU no ha rechazado categóricamente algún posible intervencionismo militar en Venezuela. George Bush aseguró su relección invadiendo Irak.

Sin embargo, enviar tropas al reino de Maduro dudo que le brinde alguna gracia electoral. Sí mantendrá distraída a la población tal como House of Cards nos encandila en Netflix; ojo: Venezuela no es un “enemigo” reconocible, puede que hasta genere compasión. Aquí, para la gente, los enemigos siempre tienen barba y turbante. ¿Pero cuál sería el resultado, le funcione o no? Muerte de inocentes y recarga al presupuesto bélico. Y ya sabemos –pregúntenle a Bush hijo y Dick Cheney- quiénes se benefician económicamente cuando hay guerras.

Lo de la construcción del muro en la frontera no le está dando los resultados que pensaba. Siempre estarán los extremistas que aplaudan babosadas así ($5.7 billones por un muro cuando hace ya casi un mes que el aparato federal sigue suspendido: algo así como gastar en vajilla cuando no hay comida) pero la gran mayoría se ha mostrado indiferente, lo ve hasta como una excentricidad más del empresario-presidente. Incluso profesores en escuelas públicas han protagonizado memes ridiculizando esta “idea”.

Entonces, ya aparecieron algunos síntomas de desesperación. De pelearse en Twitter con el dictador norcoreano Kim Jong-un, Trump ha pasado a fastidiar a un… reportero de CNN. Jim Acosta, ¿recuerdan?, al que botó de una conferencia porque no le gustaron sus preguntas. Se enfrascó en un tête-à-tête vergonzoso en twitter en vez de ya sea ignorarlo o contestarle a través de algún subordinado. Se expone no a que le falten el respeto a él, sino a su investidura. 

El propio actor Robert De Niro se atrevió hace poco en una premiación pública a decirle “jódete, Trump.” El presidente-empresario no se da cuenta que su cargo ostenta majestuosidad, independientemente de la persona. Eso es lo que elegimos. Una cosa es el presidente, otra la figura presidencial. Una cosa es la Torre Trump, otra la Casa Blanca. Este tipo está despintando tanto su puesto que sólo le falta polemizar con Jim Carrey sobre los Iluminati. Está perdiendo el control. Y, repito, en un tonto sin mayores recursos que la pelea mediática, eso es peligroso. Recordemos lo que dijo el tirano, pero, no podemos negarlo, maquiavélicamente genial Rafael Trujillo: “entre un traidor y un tonto prefiero al traidor. Es menos peligroso.”

En lugar de no sólo generar sino proteger el diálogo, el presidente sigue demostrando poca maña para negociar: al recibir la negativa de los demócratas, liderados por la dura Nancy Pelosi, para financiarle el murito de marras, no tuvo mejor idea que… pararse y abandonar la reunión, dejando a todos colgados. Y luego bombardearnos de tuits amenazando que el muro se construía sí o sí. ¿No es esa la expresión de un dictador, infantil, pero mandoncito al fin? ¿Qué habría pasado si le leemos algo parecido al norcoreano o a Maduro? ¡Dictador, abusivo! La cosa se puede poner color de hormiga si no hacemos algo.

¿Y qué es ese algo? Hacer posible, democráticamente, que no sea candidato. Varios miembros de su propio partido como Lindsey Graham lo han urgido a llegar a un acuerdo con los demócratas y concentrarse en gobernar: el shutdown en el gobierno federal es el más largo de la historia. Y está ocurriendo con un presidente republicano, eso les traerá consecuencias electorales negativas y lo saben. Sí, debe haber una reforma migratoria justa que incluya reforzar la seguridad en la frontera. Pero un muro no es la solución. Sí, se necesita algún tipo de acción con lo que pasa en Venezuela, pero ojalá no se le ocurra invadirlos; con sanciones económicas asfixiantes es suficiente.

El presidente ha amenazado con declarar en “estado de emergencia” al país para sortear la aprobación congresal y poder él mismo ejecutar la construcción del muro. Connotados miembros de su propio partido como Ron Johnson y Steve Salise han expresado su desacuerdo con una medida tan extremista e innecesaria.  Aquí lo único que está en emergencia es la presidencia como institución. Necesitamos un nuevo presidente. Los Estados Unidos merece más. 

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