En el nombre de Siria

Por: Hernán Gálvez Villavicencio

Abre un periódico de hace cuatro, ocho, doce años y sólo cambian los nombres, mas no las situaciones: un gobierno débil e inoperante recurre siempre a la misma (sangrienta) cantaleta de la guerra como salvavidas político.

Veamos: aquí los gobiernos no duran los cuatro años oficiales, sino seis. Ya sé lo que piensan: si la reelección permite solo ocho años de mandato consecutivo en total, ¿de cuáles seis años habla éste? Los números proyectan dos lecturas: en política real, un presidente gobierna un término y medio, seis años. Cuando los resultados iniciales económicos y políticos son tan mediocres como en el caso de Trump, la vieja carta de las guerras, magnicidios e invasiones se convierten en un “logro” que maquilla la popularidad del presidente lo suficiente como para alcanzar la relección. En ese segundo período de gobierno, los dos primeros años son para “la casa”; los dos últimos para la oposición. Así de simple. Siempre ha funcionado así aquí; un sistema electoral bipartidista que no exige mayor meditación a los electores y permite un pago de favores “legal” y “democrático”. Realpolitik, en inglés y en ruso.

La comunidad internacional lamenta muertos y más muertos. ¿De qué se sorprenden? Empecemos por analizar el supuesto ataque y la supuesta respuesta: no es un episodio sino una carrera. No es un escenario, es un teatro. No es necesario que Siria haga o no algo para “provocar” un ejercicio bélico de los Estados Unidos. Los “motivos” para el ataque se han forjado a través de años de conflicto consensuado, de necesidad mutua. Llegado el momento, dependiendo de la coyuntura, Estados Unidos abre el abanico y escoge: a ver, hoy te pego por, opción “A”… Recordemos el caso de Irak: un buen día George W. Bush (fronterizo mental igual o más idiota que Trump) “decidió” que Hussein tenía algo que ver con el ataque del 11 de Septiembre y dio luz verde a una invasión militar que sólo buscaba garantizar su reelección, darle trabajo a la fábrica de su compinche Cheney y echarle mano al petróleo iraquí.

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Todo es parte del juego geopolítico, donde Rusia no es parte expectante sino participante. Un país-potencia no tiene amigos sino intereses. Los entripados de Trump con los rusos ahora toman un descanso ante la opinión pública –Rusia es protector sirio-, pero esa lavada de cara es mutua. A Putin tampoco le convenía tanto acercamiento, ficticio o no, con los americanos. La popularidad de Donald Trump estaba en caída libre, sus medidas económicas no son más que una devolución de inversiones a sus socios; es como si no tuviéramos un presidente sino un maestro de ceremonias. No se detengan en nimiedades: los supuestos motivos para el ataque no interesan. Así como Bush se inventó lo de las armas de destrucción masiva, ahora Trump y sus esbirros –Francia y el Reino Unido- excusan la masacre por la supuesta mano de Assad en el programa de armas químicas.

Lo peor de todo es que es altamente factible; una mentira verdadera: ni Assad ni Putin son niños de pecho y esos dos hace tiempo que cocinan estrategias bélicas que según investigaciones independientes contemplan el uso de armas químicas de aniquilamiento masivo. Pero repito: eso es lo que menos interesa en este contexto. Eso ya se sabía, o mejor dicho, ese mismo pretexto se pudo haber usado hace dos años, un mes o mañana con las mismas consecuencias. El timing aquí tiene que ver con la necesidad de Trump de asegurar cuatro años más de gobierno.

¿Qué le toca a Rusia, por ejemplo? Nada. El golpe es solo para Siria, los raros, los locos, los que pagan el pato. ¿Ustedes creen que esas “sanciones” le hacen siquiera cosquillas a los rusos? Es más de lo mismo, un gesto para la tribuna. Al menos mientras dure la era Trump, Estados Unidos y los soviéticos seguirán odiándose pero sin tocarse directamente. Eso no es pactar, ojo. Ambos igualmente necesitan gimnasia política internacional; no son solo dos países con intereses sino potencias cuyo poder no solo radica en armamento sino en influencia geográfica.

Mantener su orden interno implica “sacrificar” a sus satélites, en ambos bandos: Estados Unidos, como siempre, echando mano de la candidez y necesidad francesa –qué estúpida manía de los galos para ganarse pleitos ajenos, después están llorando los atentados- y la solidaridad culposo-histórica de la corona británica. Y Rusia, dejando que les peguen un poco a sus protegidos tanto para hacerles sentir su dependencia –sin mí no eres nada- como para posicionarse también como los únicos capaces de hacer frente a los yanquis en el terreno geopolítico mundial. Como fue alguna vez en el nombre de inocentes iraquíes que se forjó una reelección, ahora le tocó a Siria. En el nombre de Siria.

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