La muerte escogida: Alan García

Por Hernán Gálvez

Nos dicen desde pequeños que nunca debemos alegrarnos por una muerte. Tengo ciertas reticencias a esa “regla”, pero está bien, cedamos: es una convención social ser o al menos parecer compasivos. Sin embargo, si aceptamos reprimir algún alivio ante la desaparición física de alguien que aborrecemos: ¿no podríamos también alegar la misma permisividad a lo contrario: la falta de tristeza?

El dos veces presidente peruano Alan García decidió matarse, engañando a los cándidos agentes que venían a arrestarlo por graves acusaciones de corrupción. Les pidió un momento para llamar a su abogado, lo dejaron ingresar a su habitación solo y el resto es historia: el sonido de un disparo y el final de lo que para muchos era apenas el inicio, la reivindicación de la justicia. El “por fin caíste, Alan” que todos los que lo creíamos culpable deseamos por años.

Y es que García tenía ya un historial vergonzoso de escapes, investigaciones truncas, asilos… La sombra de la corrupción lo acompañó durante sus dos períodos como presidente. Nunca hubo una prueba contundente, es cierto. Sólo cientos de evidencias sueltas que él sorteaba incluso con arrogancia matonesca: “demuéstrenlo pues, imbéciles”, fue la frase con la que retó no hace mucho a quienes lo acusaban. Su último intento (fallido) por seguir burlando a la justicia fue asilarse brevemente en la casa del embajador uruguayo en Lima. Al final, su petición fue desestimada por el presidente saliente Tabaré Vázquez. Vázquez no tenía nada que perder de habérselo otorgado.

¿Qué ocurrió entre la solicitud y denegación? Se dice que, luego de hacer algunas consultas, el gobierno uruguayo –alcanzado también por el gigantesco escándalo de corrupción de Odebrecht, que manchó a casi toda Sudamérica-, supo que lo que se le venía a García no eran simple conjeturas, sino pruebas sólidas de su culpabilidad por recibir dinero ilícito de la constructora brasileña. Ergo, no quiso complicarse y lo “devolvió”.

Pero todo eso, nuevamente, es sólo una hipótesis. Lo cierto es que, a partir de ahí, García no fue el mismo. Se supo que no sólo había tanteado la salida uruguaya, sino también otras embajadas que prefirieron lavarse las manos. Se le cerraban las vías de escape. Para su mala suerte, el gobierno peruano no lo arrestó inmediatamente. Ya no había de dónde victimizarse. No tenía los mismos reflejos. Y el poder judicial peruano tampoco era el mismo que por años traspapelaba cualquier denuncia en su contra. Los rumores de su encarcelamiento preventivo se convirtieron en realidad una vez que se recopilaron pruebas más contundentes.

Cuelga por ahora cualquier análisis sobre el futuro de la investigación. También es absurdo siquiera intentar responder qué podría haberle pasado por la cabeza para preferir morir que estar encerrado. Lo único palpable son los hechos.

Y los hechos dicen que García eligió matarse. Su vida no fue tomada por otro, o por alguna enfermedad. Tampoco fue privado de algún privilegio: no era un perseguido político sino investigado por la justicia. Es comprensible que sus defensores se atrevan a echar culpas; al final el fanatismo político es tan perdonable como el religioso o deportivo. Sin embargo, he leído con vergüenza ajena que líderes de su partido quieren mostrarlo como poco menos que un mártir. Otros, victimizándolo por la “persecución” judicial en su contra. A García fueron a arrestarlo en su casa, tal como a Fujimori y Pedro Kuczynski, otros dos ex presidentes encarcelados. Y a ninguno de los dos últimos se les ocurrió una “solución” parecida, y aún presos y con más edad que García, siguen proclamando su inocencia.

Repito que hay que ser responsables con lo que decimos. Se respeta el dolor de los familiares e incluso a ellos se les puede perdonar exabruptos. Pero escuchar a líderes políticos como Velásquez Quesquén decir que lo que García hizo fue para “salvar el honor del partido”, aparte de irresponsable, es absurdo. Los sistemas judiciales no son perfectos y por supuesto que las cárceles están plagadas de personas inocentes, así como las calles de culpables. ¿Cuál es el mensaje, entonces? ¿Mátate cuando creas que no hay justicia? ¿Huye del problema terminando con tu vida? Aparte de irresponsable, es hasta negligente que se trate de sublimar el suicidio.

Así como piden “respetar el dolor”, también podemos pedir respetar, justamente, la falta de dolor. García eligió su destino. Entre morir preso peleando por su inocencia, como ha sucedido con tantas otras personalidades en la historia –pregúntenle a Mandela-, y morir por sus propias manos sin enfrentar a sus acusadores, eligió lo último. Morir por decisión propia en una especie de eutanasia sin enfermedad.

 

 

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