La política real: verdades y mentiras de la caída de un presidente

Por: Hernán Gálvez Villavicencio

La dimisión de presidentes en el mundo, consensuada o bajo presión, no es algo nuevo. Todos recordamos la renuncia de Nixon por el escándalo Watergate; Bill Clinton se salvaría por un pelo del temido impeachment años después. Pero cuando ocurre en tu país no puedes evitar aquel gusanito fastidioso en el estómago, ese bocado salado que imposibilita, al menos por unas horas, cualquier análisis imparcial.

Y no he esperado que ese fastidio se disipe para empezar a escribir. No quiero, es más, que desaparezca. Nada que no contenga al menos una pizca de pasión vale la pena. Y la política es pasión pura. Y si el ADN de tu opinión no es parcial pues no es opinión, sino propaganda.

Pedro Pablo Kuczynski (PPK) tuvo que renunciar a la presidencia de Perú tras año y medio de gobierno, acorralado por un escándalo de corrupción con aristas aún nebulosas. Se sabía que se elegía como presidente a un economista prestado siempre a la política, con mucha sapiencia pero poca maña –útil para ejecutar pero no para ordenar. PPK ha participado como Ministro de Economía y Jefe de Gabinete en distintos gobiernos de los últimos 25 años. Lo que jode al final es que, a diferencia de otros políticos, con PPK se sabía lo que se cocinaba: es un gringo mercantilista que no distingue entre el interés público y privado cuando se trata de hacer dinero. Y que antepone el valor comercial de una transacción sin perder mucho tiempo en divagaciones éticas. Porque en buen romance, el ex-presidente no robó, sino que hizo negocios… ¿Y qué problema hay con eso? Que cuando los hizo aún era ministro.

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La política tiene dos caras: el discurso para la tribuna y los intereses particulares. Ninguna de las dos es oculta, más bien aceptada (leer a Hannah Arendt sobre las mentiras socialmente aceptadas). Solo que el discurso debe procurar hacer promesas no falsas, sino imposibles –para poder decir algo falso sin mentir, como el ejemplo de Freud en El Chiste sobre el judío que asegura ir a Cracovia con la intención que no le crean (aunque en realidad sí va a Cracovia, pero creen que va a Varsovia)- y así poder excusarse si le reclaman las promesas incumplidas. Los intereses particulares son tácitos y también  aceptados mientras se conserven las formas. El político, al menos el moderno, que pasa del activismo al cargo público sin algún interés particular o partidario, deja de ser político. “La política no tiene relación con la moral”, Macchiavello dixit.

PPK no mentía, in strictu senso, cuando decía que no había hecho nada malo cuando una empresa suya asesoró a la constructora brasileña Odebrecht, que contrataba con el gobierno siendo él ministro y voz importante para aprobar dichos contratos. En su estructura mental lobista, ganar y dejar ganar dinero no calificaba como delito si al fin y al cabo la constructora ya había desarrollado servicios para Perú y gozaba de buen prestigio. Es por eso que no se le movía un pelo cuando respondía que no había cometido ninguna falta: él se lo creía y podría haber pasado un polígrafo sin problemas –teniendo en cuenta que el polígrafo no es un “verdadero” detector de mentiras sino que mide tu nivel de convencimiento sobre lo que dices. Ergo: decía una mentira con total honestidad. “Nunca intentes ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira”, Macchiavello también dixit.

Ojo: ninguna de estas torpezas lo hace inocente. Ya decía Rafael Trujillo que entre un idiota o un traidor prefería al traidor porque, en política, es menos peligroso. Si no sabes en lo que te metes no lo hagas, pero si aun así decides involucrarte pues tienes bien merecido lo que te ocurra por huevón.

PPK se había salvado de la vacancia y resurgía la tibia esperanza de un segundo aire en un gobierno joven que ya necesitaba bastón. No duró ni dos años. Pero o no leyó a Macchiavello o la edad le jugó una mala pasada. ¿Recuerdan la premisa anterior?: los intereses particulares son tácitos y aceptados mientras se conserven las formas. Todos sabíamos que el “apoyo desinteresado” de Kenji Fujimori tenía el único objetivo de liberar a su padre, Alberto Fujimori, preso desde hacía una década. Todos sabíamos que Fujimori está más sano que un vegetariano virgen y por eso sus pedidos anteriores de indulto por enfermedad habían fracasado. No se iba ni se va a morir. Y el animal de PPK lo indulta… una semana después de salvarse de la vacancia por los votos de Kenji y sus secuaces. Plop.

Eso desencadenó la ira de la izquierda. Se preparó un nuevo pedido de vacancia y aparecieron vídeos para mí intrascendentes donde se visualiza lo que siempre ha pasado y pasará en política: la negociación a través de intereses particulares. Y esos vídeos ni siquiera son recientes; datan de Diciembre del año pasado en los entretelones de la primera vacancia. ¿Por qué los fujimoristas lo guardaron hasta ahora? ¿Será cierto que esta aparente pelea fratricida entre Keiko y Kenji no obedece más que a un bien estudiado montaje para que lleguen a una segunda vuelta electoral juntos? Por lo pronto Alberto ya está libre y, mal que bien, el fujimorismo, sea keikista, albertista o kenjista, no está debilitado.

PPK perdió por creer que los leones por ser familia de los gatos son también domesticables. Lección aprendida para quienes quieran meterse en política: primero aprendan a mentir y luego hablamos. De verdad.

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