Por Johanna Luz
Un 9 de junio del año 2009, me encontraba sentada en un avión junto a mi papá, rumbo a la ciudad de los vientos, Chicago. Mil mariposas revoloteando en mi pecho. Recuerdo que era la primera vez que viajabamos juntos y recuerdo también verle un poco nervioso. Me confesó que la parte que más ansioso le ponía de viajar era despegar, sentir el apretón en el pecho con el que se tensaban todos y cada uno de tus músculos. Le agarré de la mano, cerramos los ojos y despegó la aeronave, junto a ella mis ganas de iniciar una aventura.
Esta vez era yo quien se encontraba sintiendo el apretón del despegue en el pecho, sin mi papá presente pero pegadito a mi corazón. Una vez más Chicago era mi destino. Ahora con más ansias de conocer, descubrir y aprender. Un poco más pícara y curiosa.
Con todo esto de los resultados de las elecciones y los Cachorros ganando la serie mundial, esta ciudad se convertía en un potencial destino para mi. Música para mis oídos .Así que con mi poco sentido de dirección y una lista de lugares por visitar, comencé mi ruta.
Al salir del hotel me topé con un sin número de rascacielos y edificios, el ruido y la vida rápida de la ciudad. Sabía que había estado ahí pero todo me parecía tan nuevo. Estar en plena ciudad era percibir la incongruencia entre el sonido de un bocinazo en la carretera y un deambulante cantando un buen blues, todo pasando a la vez. Fui tachando destinos de mi lista poco a poco, para mi sorpresa todo quedaba en la misma ruta y el camino era muy ameno. A decir verdad, me sorprendió lo tan a gusto que me sentía en la ciudad. Una vez más me volví a sentir diminuta.
Me encontraba caminando cuando de momento un pequeño conglomerado de personas me llamó la atención. Justo en frente de la Torre de Trump estaba aconteciendo una protesta pacífica y obviamente no me lo podía perder. Entre el gentío me topé con un hombre con los ojos vendados y un cartel. Era un hombre de descendencia árabe-americana, dejando saber que apoyaba a todas las minorías y exhortando a que le dieras un abrazo si te sentias seguro con el. El corazón se me derritio y no pude evitar el impulso de abrazarle. Una calidez abrumadora me inundó instantáneamente, casi como si solo hubiese necesitado ese abrazo para reivindicarme. Justo el abrazo que necesitaba para reconciliarme con la ciudad, con mi papá y conmigo misma. La ironía de irme del país en busca de lo que perdí cuando me fui de casa.
Volver a Chicago significaba para mi terminar lo que comencé junto a mi papa, casi como volver al tiempo y enmendar errores. !Increible lo que una ciudad te hace sentir! Porque todo está ahí, en lo que parece ser insignificante y en lo que pasa desapercibido ante nosotros. En el abrazo de un desconocido, en las luces de la ciudad, en la brisa fría que te acaricia la cara, en el café de por la mañana, el despertarse en otra ciudad, en lo que menos pensamos encontramos nuestro centro y nuestras ganas de vivir. Gracias Chicago, gracias vida, gracias papa. Hasta la próxima crónica marciana.
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