Mi abuelo nunca supo que era periodista

Por: Johanna Luz Ocasio

Reconozco que siempre he (mal) juzgado internamente a quienes le escriben a los muertos en las redes sociales, porque, o sea… ¡están muertos! Pero heme aquí, contradiciéndome nuevamente, dedicando mi siguiente columna a mi abuelo, a su recuerdo.

Era un pensamiento que no me dejaba quieta, por momentos (sobre todo los solitarios): ¿cuál sería mi reacción cuando se muriera algún familiar cercano? Por veintidós años tuve la dicha de disfrutar tanto a mis padres como a mis abuelos con vida. Aunque si lo pienso bien no sé si “disfrutar” sea el verbo adecuado. La cosa es que siempre conté con esa imagen de una familia completa, por así decirlo. Por mucho tiempo imaginé qué haría, cómo reaccionaría… Hasta que ayer me tocó vivirlo.

Tarde en la noche recibí la llamada de mi madre diciéndome que mi abuelo, su papá, había fallecido. Sentí un breve calentón y, como era de esperarse, empecé a llorar. No porque todo el mundo haga lo mismo, sino porque soy una llorona por naturaleza. O así lo quiero pensar.

Cuando logré calmarme y pasó el momento de shock, traté de acomodar mis pensamientos y lo primero que se me cruzó por la mente fue “Mi abuelo nunca supo que era periodista”. Sí, así de banal, estúpido y egoísta como lo lees. La realidad es que mi abuelo nunca se enteró ni que estudiaba periodismo; mucho menos iba a saber la magnitud de mi pasión hacia este oficio. No creo que fuera porque nunca se lo dije, estoy segura que se lo comenté más de una vez, pero me gusta pensar que estaba demasiado ocupado como para recordar lo que estudio y no que simplemente me ignoraba…

No sé por qué me he puesto a escribir sobre esto. Reconozco que siempre he (mal) juzgado internamente a quienes le escriben a los muertos en las redes sociales, porque, o sea… ¡están muertos! Pero heme aquí, contradiciéndome nuevamente, dedicando mi siguiente columna a mi abuelo, a su recuerdo. Pero esto es lo bueno del periodismo: somos los reyes del pretexto: soy periodista y lo mío es escribir. ¡Yo sí puedo hacerlo! Al menos te engaño, porque a mí misma no puedo…

La verdad es que no recuerdo haber visto a mi abuelo con un libro en la mano. A ese viejo lo que le gustaba era tocar el acordeón en las fiestas familiares, aunque más bien era un sonsonete que retumbaba por todo el cerro. Tenía el don de tocar ridículamente desafinado y aun así alegrar a quien presenciara tan peculiar sinfonía. Igual mi ilusión de que un día leyera mi nombre en las páginas del país persistía. Con él, se fue mi ilusión.

Había publicado ya una que otra columna mientras él estaba vivo, pero no me pasaba la imagen de sus manos -tan ásperas y torpes- utilizando una computadora, muchos menos un celular moderno. Pero bueno, a mí siempre me ha entusiasmado  la posibilidad de verme publicada en papel. Y lo logré. La idea de subir un día al campito donde vivía el viejo y el resto de la familia con un bonche de copias para repartir, aunque no me leyeran, olvídate… El que vieran mi trabajo y mi nombre impreso era más que suficiente. Con tanto trabajo y estudios nunca me di el tiempo de pedir las copias y hacérselas llegar. Reitero lo egoísta que soy por que sea esto lo que me choca entre tantas cosas que me puedan afectar por su partida.

Mi abuelo partió un nueve de mayo, aquel viejo cascarrabias se me fue. Le decía mi tío a mi mamá que primero forcejeó para no morir, pero que después se fue en un sueño, tranquilo. Con él se fueron mis ansias de que leyera mi nombre en el periódico (lo digo de nuevo, ¿se nota cuánto me importaba?) Quizás una reseña a alguna obra, un análisis deportivo, una cobertura a algún evento histórico, quién sabe qué pudo haber sido… Lo que sí sé es que mi abuelo murió y nunca supo que yo era periodista.

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