No Habemus Papam: callar también es encubrir

Por: Hernán Gálvez Villavicencio

En una reunión de amigos me preguntaron una vez cuál es el peor delito según mi experiencia. Por mi trabajo como
intérprete judicial podría decirse que he visto de todo y eso genera cierto morbo. Sabía qué responder pero pedí que primero ellos me dijeran cuál era el peor crimen, si existiera. Las respuestas estuvieron obviamente parcializadas por vivencias personales: a quienes le habían robado dijeron que el robo, quien tenía alguna hermana golpeada pues que el abuso físico, y así. ¿Entonces, Hernán?

-Abusar de un menor. Te haya pasado o no, no existe cosa peor.

Todos asintieron en silencio. Si alguna atrocidad pudiera producir coincidencias sin necesidad de haberla vivido en carne propia, esta sería el abuso sexual a menores, sin dudas. Es el crimen más perverso y con mayores consecuencias (para la víctima) que existe.

Le propuse este tema al director a propósito de la reciente visita del Papa Francisco a Perú y Chile, países donde no hace mucho se destaparon escandalosos testimonios de abuso sexual por parte de sacerdotes o representantes de instituciones católicas protegidas por el Vaticano. Se generó un sabroso debate; entre sus inquietudes una me pareció razonable: ¿no crees Hernán que, siendo lo terrible que es, de igual modo los enemigos de la iglesia le dan mucha publicidad a estos hechos que en realidad sólo ocurren en porcentajes bajos? Pues sí, Iván,
indudablemente no todos los sacerdotes son pedófilos y estos casos son
aprovechados por los comecuras. Pero el ladrido del perro no determina la gravedad de la rabia.

-Es como cuando vemos esos casos de policías racistas o violentos. ¿Ellos representan a todo el cuerpo de oficiales? No. Entre millones de oficiales no llega ni al %1 el porcentaje de efectivos abusivos. Pero ese 1% debe ser el más conocido y aplaudo que sus casos se publiquen y
viralicen. Porque un oficial supuestamente está para protegerte. Puedes aplicar el mismo criterio con los curas.

Ya bastante doloroso es el solo hecho que un menor sea abusado sexualmente. Pero que el perpetrador pertenezca a una iglesia, cualquiera que ésta sea, es un agravante imperdonable. Los creyentes confían en estos tipos para solazar algún tipo de carencia emocional, afectiva. Aprovecharse de esa confianza para malograrle la vida a un niño debería estar tipificado como perjuicio que triplique el castigo legal. Ergo, la perversidad del abusador ensotanado hace que el crimen sea infinitamente más repudiable.

El Papa Francisco en general me cae bien. Es parlanchín, malgeniado de vez en cuando, suelta consejos maritales disparatados, opina de política, mete la pata… Cualquier cosa que humanice a una persona –porque eso es lo que son los papas, personas, no son representantes de ningún Dios sino solo de una organización que hasta banco y servicio de
inteligencia tiene- para mí es plausible, sea espontáneo o no. Pero conserva el mismo defecto que sus predecesores: no actúa. Condena y condena para las cámaras los delitos sexuales de la iglesia –y siempre hablando en general, esquivando casos individuales- pero no hace nada.

En Chile el Obispo Juan Barros encubrió por años las denuncias en contra del sacerdote Fernando Karadima, caso emblemático de abuso sexual sistemático. Y este mismo Obispo no sólo se acomodó en la foto con Francisco, sino que el propio Papa pidió “pruebas” de dicho encubrimiento para recién atender cualquier reclamo de las víctimas. Luego ofreció disculpas por sus declaraciones. Pero hasta eso es triste: ¿no que el Papa era infalible, que nunca se equivoca? (Pío IX dixit). Barros no fue el único, además. El Cardenal chileno Errazuriz detuvo las investigaciones contra Karadima durante tres años porque estas, a su parecer, habían superado el “estatuto de tiempo límite”. Esta jerga legal se aplica a cuando un caso es “demasiado antiguo” para ser denunciado. ¿Un abuso sexual tiene caducidad, confundido enviado de Dios?

En Perú el escándalo fue con el
Sodalicio de Vida Cristiana, fundado por Luis Fernando Figari. Los abusos de Figari y otros miembros del Sodalicio provocaron incluso dos libros: uno en tono de ficción -“Mateo Diez”- y otro como impecable investigación
periodística -“Mitad Monjes, Mitad Soldados”-, ambos escritos por un ex sodálite, el autor peruano Pedro Salinas. Fue por esa investigación que el caso se hizo masivamente público, abriéndose causas a nivel judicial. Sin embargo Figari logró escapar y se refugió en una lujosa casa del Sodalicio en Roma, a pocas cuadras del Vaticano, donde aún vive. Mientras tanto, claro está, la Santa Sede también inició una investigación interna contra él “condenando sus actos”, pero sin mover un dedo para que sea la justicia peruana y no sus blandengues cardenales quienes lo castiguen. Pero si nunca se equivocan y actúan ex cathedra (Pío IX, Concilio Vaticano I), ¿cómo así el santo Juan Pablo II no se percató de eso y bendijo al Sodalicio? Pero no fue solo un desliz del sobrevalorado santo: también mantuvo estrecha amistad con Marcial Maciel, el tristemente célebre fundador de Los Legionarios de Cristo en México que abusó decenas de menores y cuyas fechorías fueron de conocimiento del Papa antes de morir. Y, manteniendo el patrón de sus camaradas, no hizo nada.

No habemus Papam porque el Papa de divino no tiene nada. Es el representante de una organización que, como cualquier otra, mete la tierra debajo de la alfombra cuando hay visita.

Escríbeme: hgalvez@me.com
Tuitéame: @hernanpocofloro

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