Por Hernán Gálvez
Justo tocábamos el tema de Venezuela en la columna pasada, cruzando los dedos para que Donald Trump no metiera la pata con alguna invasión sangrienta y populachera, en desesperado intento por encaminar su reelección. Los últimos acontecimientos en Venezuela han evitado –o al menos postergado- ese potencial derramamiento de sangre. Sin embargo, Trump ha accionado otra idiotez políticamente peligrosa: el reconocimiento de un presidente “alterno”.
A ver: Maduro es un impresentable y, a estas alturas, es necio siquiera presumir su legitimidad. Su relección fue fraudulenta, sin duda. Ergo, Maduro NUNCA debió ser reconocido como presidente por sus delitos y abusos para quedarse en el poder. O sea: ¿Estados Unidos y los demás países que han apadrinado como presidente a Guaidó recién se dan cuenta que Nicolás es un dictador ilegítimo? No joroben pues. La respuesta de Trump es meramente política, y los corderitos de siempre que le siguen el juego (incluyendo a mi país, Perú) no se dan cuenta que aplaudir divisiones, por más populares que sean, es un arma de doble filo.
Que Maduro sea buen o mal presidente es lo de menos. Si eliges a un imbécil para que administre tu negocio, jódete y aguanta hasta que se vaya. No lo juzgo por su idiotez, sino por sus delitos. El régimen encarcela y asesina opositores, silencia a la prensa, elige a dedo a los organismos “fiscalizadores” –al escribir esta columna, el Tribunal Supremo de Justicia venezolano reconoce a Maduro como presidente constitucional. Maduro debe claudicar o ser destituido por sus delitos, no por su inoperancia. Un presidente no debe dejar de ser presidente por bruto, porque más brutos son los que lo pusieron ahí.
No estoy diciendo que Venezuela no necesite un nuevo timón. La insurrección nacional está funcionando y su derrocamiento es inminente. Pero Maduro aún no se rinde y cuenta con el apoyo de los no menores Rusia, China y México (lo de sus satélites Cuba y Bolivia se esperaba, han sobrevivido gracias a su petróleo; los otros no, eso los hace más peligrosos).
La letra (en inglés) con sangre entra
Los rumores de una intervención militar estadounidense eran cada vez más fuertes previo a los acontecimientos recientes. Esta multitudinaria movilización nacional, comparable sólo a aquella de, llámenlo destino, enero de 1958 que sepultó al dictador Pérez Jiménez, ha distraído sólo un poco a los tanques. La intervención no queda totalmente descartada, menos ahora que Trump aparece como el paladín de la democracia mundial (populachera, pero democracia al fin). Mike Pompeo acaba de anunciar el desembolso de $20 millones para “ayuda humanitaria” a los venezolanos. Sí, justo ahora: todos tuvieron una epifanía y se despertaron iluminados. La jugada no es mala; Trump, de taquito, queda indirectamente enfrentado a Rusia y se lava la cara, al menos mediáticamente, por sus entripados aún no esclarecidos con los rusos.
Pero insisto: ¿recién se dieron cuenta de lo que pasaba en Venezuela? ¡Las elecciones fueron en Mayo! ¿Qué hizo Estados Unidos todo este tiempo? Seguir facturando con el ahora maldito Maduro a través de la refinería CITGO. Sí, esa gasolinera que ves por todos lados es venezolana. Los demás países, también calladitos. En su momento debieron aplicar sanciones económicas y diplomáticas, ahogar al régimen a tal punto de deterioro que lo que acaba de ocurrir fuera una consecuencia lógica, mas no un gatillo con incontables balas que disparar.
La comunidad internacional debió presionar hace tiempo para que Maduro deje el poder y convoque elecciones. Elecciones lideradas por Guaidó, de acuerdo: es el presidente legítimo de la Asamblea Nacional. Es él quien debe liderar la transición hacia la democracia. Pero para esto sí habría sido vital que los países ahora indignados ex post facto hubieran alineado esfuerzos diplomáticos desde el momento mismo en que el dictador anunció su relección. Pero esperar a que estalle la bomba –dejando tantos muertos en el camino, 26 al término de esta columna- para seguirle el juego a Estados Unidos es bastante comodín.
Sí: Nicolás Maduro no debe ser reconocido por nación alguna como presidente de Venezuela. Las evidencias de fraude son abrumadoras. Pero esta “reacción” extemporánea de Estados Unidos y sus siete enanos tampoco ayuda. Darle la bendición a un hombre bien intencionado que se autoproclama presidente desde una plaza puede generar más caos y división. El régimen chavista que representa Maduro es impopular ahora, pero recordemos que los propios venezolanos divinizaron a Chávez por años sin chistar. No se le quita poder a uno otorgándoselo gratuitamente a otro. Confío que una masiva presión internacional e interna –palmas al pueblo venezolano que al fin despertó- arrinconará al dictador hasta que se vaya. Sin embargo, me temo que en el camino morirán más inocentes. Que esas muertes no sean en vano y fomenten una lección (internacional) aprendida: para cuidar el barrio, también hay que cuidar al vecino.
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