Votar mal, botar bien: la dictadura del bruto

Por Hernán Gálvez

En el Perú se acaba de aprobar la no-relección congresal inmediata mediante un plebiscito. La respuesta del país ha sido contundente: más del 80% del universo votante no quiere al congreso actual. ¡Qué bacán, que viva la democracia! Por no saber votar han hipotecado al país a una “renovación” incierta y, desde mi punto de vista, irresponsable.

El referéndum es democrático, eso no lo objeto. Pero sus resultados deben ser tomados con pinzas; retratan la fotografía del momento: la sonrisa satisfecha aparece, ya, botamos a todos los malos, pero una vez apagado el flash, ¿se resuelve el problema? El electorado peruano, una vez más, ha mostrado su inclinación al facilismo, su perfil comodín. Lo que tiene que aprender es a votar mejor, a pensar; no ha meternos en más líos “protestando” a destiempo contra el statu quo obligando a las minorías a pagar pato por su poca materia gris. Si tenemos las autoridades que tenemos es, justamente, porque ustedes -los que ahora botan congresistas mediocres- son los que irresponsablemente votaron por ellos en primer lugar.

Nada garantiza que los nuevos legisladores sean mejores a los que ahora se van. Lo más probable es que regresen rostros conocidos, reciclados y pasteurizados: el tiempo en el Perú hace maravillas, la gente perdona u olvida bestialidades. Miren el caso de Alan García. La brutalidad puede ser también dictatorial.

América en bruto

Lamentablemente, esto de votar con los pies es una (mala) práctica compartida. No sé si es que por masoquismo nos gusta que nos digan qué hacer, o por flojera neuronal nos eximan de pensar. O las dos cosas. Lo terrible es que esa irresponsabilidad cívica trae consecuencias nefastas. Nicaragua puso como presidente por segunda vez a un confeso golpista, secuestrador y asesino como Ortega hace 11 años y recién ahora el pueblo “protesta”. El resultado: casi 400 muertos al momento de escribir esta columna. Chávez era idolatrado en Venezuela y seguramente seguiría cacareando si el cáncer no se lo hubiera llevado –aunque dejó un tumor como Maduro, un fronterizo mental que ha roto todos los récords de imbecilidad administrativa posibles, sumiendo a Venezuela en… ¡1’370,000% de inflación! La negligencia (por no decir brutalidad) de los votantes venezolanos, además, causa daños colaterales. Más de 2 millones han huido del monstruo que crearon, asentándose en diversos países que ahora deben replantear sus políticas migratorias para darse abasto sin perjudicar ni a connacionales ni a visitantes.

En 1990, en Perú tuvimos la oportunidad de elegir a un demócrata conocido e intelectual preparado como el Nobel Mario Vargas Llosa. Preferimos al improvisado Fujimori, ahora preso por asesinatos y robos. La vida fue tan “generosa” que incluso nos dio la chance de limpiar la embarrada en 1995 entre nuestro sempiterno secretario de la ONU Javier Pérez de Cuéllar y el mismo Fujimori, para entonces ya golpista y protector del siniestro consejero presidencial Vladimiro Montesinos, también preso. ¿A quién elegimos? A Fujimori pues, a quién más.

En Bolivia, Evo Morales se sentó en la constitución y se va por su… ¡tercera relección! El país está estancado porque, inevitablemente, en naciones como las latinoamericanas -con instituciones democráticas tan endebles- los gobiernos relegidos crean interminables cadenas de corrupción en sus poderes inmediatos: judicial, ejecutivo y legislativo. Porque sí, el sonsonete de siempre de los relegidos es responder que “todo lo bueno debe de continuar”. Debe continuar, sí, pero con un rostro nuevo e instituciones independientes que nunca terminan de cuajarse por convertirse en la agencia de empleos del mandón de turno. Miren el ejemplo de México con su PRI, Argentina con su peronismo, y otros lamentables etcéteras.

No esperemos que sea la (mal entendida) “democracia” lo que nos salve de nuestras metidas de pata. Piensen un poco antes de votar. Es gratis.

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